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Augie, de cuatro años, una vez escuchó que su abuelo decía con tristeza: “Ojalá pudiera volver a ser niño”. Después de pensarlo un poco, a Augie se le ocurrió una sugerencia: su abuelo debía intentar no comer verduras. La lógica era ingeniosa: comer verduras hace que los niños se conviertan en adultos fuertes, así que no comerlas debería revertir el proceso.
Jamás a ningún adulto se le ocurriría esa idea. Sin embargo, cualquiera que conviva con niños de cuatro años puede contar historias similares. La creatividad de los niños pequeños parece superar a la de los adultos más imaginativos. ¿Cómo cambia la capacidad de encontrar ideas inusuales conforme aumenta nuestra edad? ¿Comienza a decaer durante la adolescencia? ¿Incluso antes? Para responder esas preguntas realizamos varios experimentos junto con nuestros colegas y los relatamos en un artículo publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences de Estados Unidos.
Comenzamos con un grupo de participantes de distintas edades: niños de 4 a 5 años; niños de 6 a 11 años; adolescentes entre 12 y 14 años; y adultos. Les presentamos una situación en la que había una máquina que se encendía con ciertos bloques, pero no con otros. Una de dos hipótesis podía explicar cómo funcionaba la máquina. Podría hacerlo de la manera obvia y usual: los bloques de algunas personas la encenderían y los otros bloques no importaban. También podía funcionar de una forma menos común: se necesitaría la combinación de distintos bloques para que la máquina se encendiera.
Luego les presentamos otra situación que también tenía dos posibles explicaciones: les contamos una historia sobre Sally, quien se acercó a una patineta, y Josie, que se alejó de un monopatín. ¿Por qué? La respuesta común era que algún aspecto de las características individuales de Sally y Josie las había llevado a actuar como lo hicieron: quizá Sally era más valiente que Josie. Una explicación más inusual, aunque igual de válida, era que quizá la patineta era más segura que el monopatín.
Cuando les presentamos las dos situaciones, la mayoría de los adultos explicaron los eventos hablando de las características de Sally. Luego añadimos un giro. Otro grupo de participantes vio las mismas situaciones, pero ahora con un conjunto de hechos adicionales que hacían más probable la explicación inusual que la más obvia. ¿Los participantes elegirían la explicación obvia o intentarían algo nuevo?
En cuanto a explicar la máquina, el patrón fue constante. Era más probable que los niños en edad preescolar pensaran en la explicación creativa y poco común. Los niños de primaria fueron un poco menos creativos. En la adolescencia hubo una disminución drástica. Tanto los adolescentes como los adultos fueron quienes con más probabilidad se quedaron con la explicación obvia aunque no concordara con los datos.
Sin embargo, respecto a los problemas sociales, los patrones fueron diferentes. De nuevo, los pequeños de edad preescolar tuvieron mayores probabilidades de dar la explicación creativa que los niños de seis años o los adultos. En este caso, no obstante, los adolescentes fueron el grupo más creativo de todos. Fue más probable que escogieran la explicación inusual que los niños de seis años o los adultos.
¿Por qué en general la creatividad tiende a decaer conforme envejecemos? Una razón puede ser que mientras vivimos más años sabemos más. Eso es una ventaja, por supuesto. Sin embargo, también puede llevarnos a ignorar lo que contradice lo que ya pensamos.
En relación con lo anterior, la explicación puede estar relacionada con una tensión entre dos maneras de pensar: lo que los científicos computacionales llaman exploración y explotación. Cuando nos enfrentamos con un problema nuevo, los adultos por lo general explotamos el conocimiento que hasta ahora hemos adquirido sobre el mundo. Tratamos de encontrar una buena solución que se acerque a soluciones que ya hayamos dado.
Por otro lado, la exploración —intentar algo nuevo— nos puede llevar a concebir a una idea menos común, una solución menos obvia, un nuevo conocimiento. Pero también puede significar que perdamos el tiempo considerando posibilidades absurdas que nunca funcionarán, algo que suelen hacer los niños en edad preescolar y los adolescentes.